Allan Kardec (seudónimo del pedagogo francés Denizard Rivail, (3 de octubre de 1804 - 31 de marzo de 1869) tuvo la difícil misión de dar a conocer el Mundo Espiritual y la grandeza inconmensurable de la Creación Divina, en un período de la historia humana en que subsistía mucha ignorancia y predominancia de dogmas que no permitían razonar ni discernir adecuadamente al hombre.
Sin embargo, estaba decretado ya el comienzo del despertar de las conciencias, una nueva fase de la evolución humana, para así entender la profunda realidad de nuestras vidas, cuyo destino va mucho más allá de lo que siquiera podemos imaginar.
Este valiente misionero del progreso, fue traductor, profesor, filósofo y escritor.
Compiló con la ayuda de Elevados Espíritus, las bases de lo que él denominó; Ciencia Espirita o Espiritismo.
Antes de sus libros ni siquiera existía esta palabra. Se hablaba de Espiritualismo y Neo-Espiritualismo, de una manera general y bastante nebulosa.
Su primera publicación fue: “El Libro de los Espíritus”, que causó una verdadera revolución, generando muchos entusiastas adeptos, que lograron con su contenido rasgar el velo milenario de la ignorancia, y por supuesto, también surgieron detractores, como ocurre en todo orden de ideas.
Las ideas religiosas hasta ese momento, estaban más bien fundadas en el miedo al castigo eterno, y es precisamente ese miedo el que imposibilita al hombre ir más allá en la percepción de la Creación. Este miedo se diluye y termina desapareciendo cuando se comprende realmente qué somos, de dónde venimos y qué hacemos en la Tierra.
La simplicidad del Libro de los Espíritus no llega al punto de obligarnos a que adaptemos a nuestros principios sistemas antiguos. Su fuerza reside en su filosofía, en el llamado que hace a la razón y el buen sentido.
No se trata de un libro común, que se pueda leer de un día para otro y después olvidarlo en el rincón de una biblioteca, pues aquel que logra comprender las trascendentales verdades que da a conocer, debe estudiarlo de continuo y reflexionar sobre las enseñanzas para así ponerlas en práctica.
Es interesante como Kardec habla sobre el perfeccionamiento moral del hombre, y encara los problemas atingentes a las virtudes y los vicios, las pasiones y el egoísmo; define después el carácter del hombre de bien y concluye con palabras muy acertadas sobre la manera de conocernos a nosotros mismos.
En posteriores libros, habla acerca de las penas y goces terrenos, como un código que se debe respetar en la vida moral de nuestras vidas terrenas, verdadero catecismo de la conducta espirita, asimismo de las consecuencias espirituales de nuestro comportamiento, que afectan directamente nuestras vidas futuras, para bien o mal, dependiendo de si fueron buenas o malas nuestras acciones.
Este principio natural ha sido estudiado científicamente como la Ley de Acción y Reacción. En el mundo espiritual, lo que atañe directamente al ser humano es la Justicia Divina.
Sir Oliver Lodge, el gran físico inglés y una de las más altas expresiones de la cultura científica de nuestro tiempo, consideró estas enseñanzas como “una nueva revolución Copernicana”.
El propio Allan Kardec, en una de las introducciones a su libro, dice lo siguiente:
“La moral de los Espíritus superiores se resume, como la de Cristo, en esta máxima evangélica: ‘Hagamos a los demás lo que quisiéramos que los demás nos hiciesen a nosotros’. Esto es, hacer el bien y no el mal. En este principio encuentra el hombre la regla universal de conducta que puede guiarlo hasta en sus más insignificantes acciones.
Los Espíritus superiores nos enseñan que egoísmo, orgullo y sensualidad son pasiones que nos acercan a la naturaleza animal, ligándonos a la materia.
Que el hombre, ya en la Tierra, se desligue de la materia por medio del desprecio hacia las futilezas mundanas y el amor al prójimo se acerca a la naturaleza espiritual.
Que cada uno de nosotros debe hacerse útil según las facultades y recursos que Dios ha puesto en sus manos para probarnos.
Que el fuerte y el poderoso deben su protección y apoyo al débil, porque aquel que abusa de su fuerza y de su poder oprimiendo a sus semejantes, viola la ley de Dios.
Nos enseñan, por último, que puesto que en el Mundo de los Espíritus nada puede ser ocultado, el hipócrita será desenmascarado y develadas todas sus torpezas. Que la presencia inevitable y permanente de aquellos con quienes hayamos procedido mal constituye uno de los castigos que nos están reservados. Y que a los estados de inferioridad y de superioridad de los Espíritus corresponden penas y goces, respectivamente, que nos son desconocidos en la Tierra. Pero también nos enseñan que no hay faltas irremisibles que no puedan ser borradas mediante la expiación. El hombre encuentra el medio de hacerlo en las diversas existencias, que le permiten adelantar, conforme su deseo y sus esfuerzos, por la senda del progreso y hacia la perfección, que es su meta final.”
Este es el resumen de la Doctrina Espirita, tal como resulta de la enseñanza impartida por los Espíritus superiores.
En suma, una lectura muy aconsejable.
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