Cuando comenzamos a comprender la inconmensurable obra de nuestro Supremo Creador, la infinita cantidad de estrellas, galaxias y mundos, llenos de vida y belleza, y en cada uno de ellos incontables variedades de especies, nos lleva a pensar y comprender lo insignificantes que somos frente al Universo.
Divagaciones en la profundidad de nuestros pensamientos.
Cuando todo reposa en nuestras ciudades, cuando la noche es transparente y cuando se hace el silencio sobre la tierra adormecida; ¡entonces, oh hombre! mi hermano, eleva tu mirada y contempla el infinito de los cielos.
Procurarás en vano contarlos; se multiplican hasta en las regiones más infinitas; se confunden en la lejanía, como un polvo luminoso.
Observa también sobre los mundos vecinos de la Tierra dibujarse los valles y las montañas, ahuecarse los mares, moverse las nubes.
Reconoce que las manifestaciones de la vida se producen por todas partes, y que un orden admirable une, bajo leyes uniformes y por destinos comunes, la Tierra y sus hermanos, los planetas que giran en el infinito.
Sepas que todos esos mundos, habitados por otras sociedades humanas, se agitan, se alejan, se acercan puestos en movimiento a velocidades diversas, recorriendo espacios inmensos, que por todas partes el movimiento, la actividad, la vida, se muestran en un espectáculo grandioso.
Observa nuestro mismo globo, esta Tierra, nuestra madre, la cual parece decirnos: vuestra carne es la mía, vosotros sois mis hijos. Observa allí, esta gran nodriza de la humanidad; mira la armonía de sus contornos, sus continentes, en el seno de los cuales las naciones tienen su germen y su grandeza, sus vastos océanos siempre móviles; son la renovación de las estaciones que la reviste por turno de verdes adornos o de rubias cosechas; contempla los vegetales, los seres vivos que la pueblan: aves, insectos, plantas y flores; cada una de estas cosas es una cincelada maravillosa, una joya del estuche divino.
Sé circunspecto tú mismo; ve el juego admirable de tus órganos, el mecanismo maravilloso y complicado de tus sentidos. Qué genio humano podría imitar estas obras maestras delicadas: ¿el ojo y la oreja?
Observa la marcha rítmica de los astros, evolucionando en las profundidades. Estos fuegos innumerables son mundos al lado de los cuales la Tierra es sólo un átomo, sol prodigioso que rodea comitivas de esferas y cuyo curso rápido se mide a cada minuto por millones de años de luz. Distancias terribles nos separan de eso. Es por ello que nos parecen puntos simples y luminosos.
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